¡Celebremos juntas la Rueda del Año!
Por Laura Coletta
La Rueda del Año es un mapa de reconexión con los ciclos de la Naturaleza que nos empuja a sintonizar con el lenguaje vital del mundo que nos rodea así como de nuestro propio ser.
Sigue leyendo para descubrir la magia de este viaje en espiral.
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¡Celebremos juntas la Rueda del Año!
Tengo por costumbre, para comprender mejor el mundo que me rodea, detenerme en el origen del significado de las palabras que utilizamos para configurar la realidad. No siempre es fácil llegar a su significado original, pero esta búsqueda de "sentido" ayuda a comprender lo que esas palabras llevan consigo a través de su historia y evolución.
¿Qué significa "Celebremos juntas la Rueda del Año"?
Año. Una palabra que utilizamos a diario sin preguntarnos por el gran Misterio del Tiempo que transmite. La palabra año deriva del latín annus, a su vez derivada de una más arcaica amnus, y pasó, sin demasiadas modificaciones, a las lenguas neorrománicas para indicar precisamente el año, esa vuelta de 365 días y poco más que nuestra querida Tierra lleva haciendo alrededor del Sol desde hace miles de millones de años.
La raíz indoeuropea AM/AN se encuentra en el sánscrito am-ati, término que indica "tiempo". Es la misma raíz indoeuropea que da origen al griego eniautòs = "año" y enos = "viejo", con el significado adicional de "siempre" y "eterno". En efecto, ¿qué es "viejo" sino lo que ha acumulado tiempo? ¿Y qué es "eterno" sino la rotación continua alrededor del Sol?
Algunos estudiosos remontan la etimología de la palabra "año" a otras raíces indoeuropeas: am-b = "alrededor" o incluso ac-, de la que deriva la forma óscana aknus = "doblado", que se encuentra en annulus = "anillo", "círculo", es decir, "lo que está doblado en un círculo".
Una rueda que nunca ha dejado de girar.
Es sugerente que esta raíz an/am se encuentre también en otras lenguas no indoeuropeas. Por ejemplo, en el antiguo Egipto, Nut es una diosa primordial que representaba el cielo y el nacimiento, mientras que, en el vecino mundo mesopotámico, tenemos al dios del cielo An/Anu, señor de todos los dioses.
Otra curiosidad interesante es el adjetivo "solemne", del que se dice que está compuesto de sol (“entero”, “lleno”) + emnis (de amnus = 'año',) que significa “lleno, entero después de un año”, de ahí el sentido de celebración importante, plena, completa, “solemne”.
Como puede verse fácilmente, el paso del tiempo, el ritmo de las estaciones, la repetición de los ciclos eran bien conocidos por nuestras antepasadas, más allá de si entendían el movimiento revolucionario de la Tierra, que “se dobla alrededor del Sol en forma de anillo” o si era el Sol el que trazaba arcos y círculos alrededor de la Tierra. Tenían los ojos puestos en el cielo y éste les elevaba y elevaba. Se referían y celebraban solemnemente el retorno de los acontecimientos astronómicos, fijando las etapas que, en una "rueda", es decir, en un giro perpetuo, se cumplían y retornaban.
Como seres humanos, somos una parte infinitesimal de la eternidad y aspiramos a ella simultáneamente. Conocer el tiempo, experimentarlo, fluir por él, contemplarlo... en un vano intento quizá de detenerlo o alargarlo ha sido, de hecho, uno de los intereses que más nos han ocupado y preocupado desde la noche de los tiempos, y no sólo por una cuestión de mera supervivencia. Para nosotras, hoy, es difícil imaginar cuán importante fue y cuánto esfuerzo y empeño costó a nuestros antepasados ordenar los acontecimientos en un calendario (en sánscrito Kala = 'tiempo' o, en griego, Calendas) para dar sentido a este torbellino 'giratorio' entre las estrellas eternas.
Este breve y no definitivo excursus sobre el significado de ciertas palabras es para subrayar cómo la concepción del tiempo y su medida, lejos de querer abordar la cuestión filosófica que hay detrás, nos hace conscientes de lo mucho que hemos cambiado en comparación con nuestras antepasadas y antepasados. Hoy, nuestras vidas son flechas lineales, lanzadas al caos. Marcamos la hora en todas partes, sabemos en todo momento qué hora es o qué "tiempo" (meteorología) hará y distinguimos ambas cosas por separado, sin sentir ya la sensación de misterio y aleatoriedad. Paradójicamente, a menudo nos quejamos de que no tenemos tiempo y de que el recuento de momentos irrepetibles en los que ese tiempo fue realmente vivido en plenitud es muy pequeño, a pesar del hambre de vida, actividades y experiencias con que lo llenamos. Siempre sabemos dónde estamos en el círculo de la Tierra o en qué momento de la revolución alrededor de nuestra estrella, pero ya no miramos al cielo, ni de día ni de noche, y ya no captamos captamos las señales que nos rodean del calendario perenne de la Naturaleza, ni escuchamos la dirección de los vientos para orientarnos en el espacio. Conocemos tantas cosas sin saberlas realmente, ni reconocerlas, y estamos perdiendo el ritmo que los que nos precedieron experimentaron quizá de forma más inmediata (en el sentido de "no mediada" sino directa) y más conectada con la naturaleza y sus ciclos. Para muchos pueblos que nos precedieron, la idea del tiempo lineal se entrelazaba en el abrazo de muchos círculos, vueltas y retornos, y no era tan preeminente como para convertirse en exclusiva y omnicomprensiva, carente de la plenitud de la realización y vaciada de la esperanza del retorno, como desgraciadamente es hoy.
Si nos concediéramos tiempo para nosotras mismas, para retomar la danza de la vida, podríamos vivir la Rueda del Año, como flechas que apuntan hacia las estrellas, celebrando una profunda conexión con la naturaleza y sus maravillosos ciclos y recuperando una visión arcaica del tiempo que hace saltar y girar nuestros pasos, una danza que entreteje la línea y el círculo, en la urdimbre y la trama de nuestra experiencia.
La Rueda del Año es, por tanto, un instrumento que permite a quienes la siguen y celebran reconocerse como parte de algo mayor, ya sea la Naturaleza, el Cosmos o el Tiempo. De hecho, es una especie de calendario perpetuo que fija momentos especiales a lo largo del año. La naturaleza cíclica que representa ayuda a sumergirse y fluir en la corriente de las energías del Universo y a devolver las coordenadas de dónde uno se encuentra en el espacio y el tiempo a ese momento, para celebrarlo.
Origen e historia de la Rueda del Año
Históricamente, la Rueda del Año es una concepción del tiempo que deriva de la cultura wicca y neopagana de los años 50, fundada por Gerald Gardner e influida por la visión druídica de Ross Nichols, quienes a su vez se inspiraron en los estudios de Margaret Alice Murray sobre una supuesta "antigua religión" pagana precristiana. En el libro El Dios de las Brujas (1930), la autora habla de cuatro grandes fiestas vinculadas al ciclo de las estaciones, "los Grandes Sabbats", y de cuatro fiestas vinculadas al ciclo lunar, "los Esbats".
En realidad, sin embargo, de la Rueda del Año más conocida y difundida, es decir, la neopagana, no existen documentos ni atestaciones ciertas. Nuestros predecesores seguían a menudo calendarios con fiestas diferentes según las regiones, y el cómputo del tiempo estaba a menudo en manos de castas especiales que dictaban la separación de los tiempos sagrados y profanos. Sin embargo, es bastante probable que, conociendo el paso de las estaciones y los principales acontecimientos astronómicos, nuestros antepasados abrazaran la visión circular del tiempo y no se limitaran a celebrar el par de fiestas conocidas en el mundo celta y germánico del que se tomó la Rueda. Es igualmente probable que el carácter cíclico del tiempo sagrado no fuera patrimonio exclusivo del mundo nórdico. Es fácil imaginar, de hecho, que concepciones similares estaban también presentes en el mundo mediterráneo, y escarbando en el sincretismo de esas festividades reelaboradas, absorbidas y fundidas en el cristianismo se pueden rastrear antiguas reliquias y nuevas manifestaciones de un sentimiento arcaico.
Las ocho fiestas que caracterizan la Rueda coinciden con una subdivisión del tiempo del año en momentos considerados especiales. Esto repercutió en la vida de nuestros antepasados y repercute también en quienes viven inmersos en el mundo tecnológico actual. De hecho, precisamente a las mujeres y hombres de hoy nos puede ser de gran ayuda para observar y reconocer las transformaciones de la naturaleza, devolviéndonos un tiempo que no es sólo una sucesión de compromisos en verano e invierno o día y noche, perdiendo los profundos significados y energías que determinados momentos siguen dando.
La Rueda se divide en ocho periodos de aproximadamente cuarenta y cinco días cada uno, durante los cuales culmina un día festivo. La más famosa se compone de ocho festivales, combinando los cuatro Festivales Celtas del Fuego (Imbolc, Beltane, Lammas también conocido como Lughnasadh y Samhain), que corresponderían a los Grandes Sabbats, alternando con los solsticios y equinoccios (Yule, Ostara, Litha, Mabon), que corresponderían a los Sabbats menores que algunos llaman Esbats, como las celebraciones ligadas a la Luna Llena, al estar en parte computadas con el ciclo lunar. Los nombres de las fiestas pueden cambiar según las distintas tradiciones y, aunque los sabbats son convencionalmente días elegidos en momentos en que la energía de las estaciones está en su apogeo o en momentos de poderosas transiciones, pueden no coincidir en distintas tradiciones según se sigan fechas convencionales (los sabbats mayores son siempre el primero del mes correspondiente, los sabbats menores siguen las fechas convencionales de los solsticios y equinoccios) o fechas astronómicas que pueden variar en unos pocos días. Estos tiempos estaban asociados a los ciclos de la agricultura y la ganadería y se determinaban en la antigüedad, como hoy, por la salida heliacal de las estrellas alfa visibles a simple vista de ciertas constelaciones. Tradicionalmente, los Sabbats duraban tres días a partir de la puesta de sol del día anterior, ya que en la cultura celta el día comenzaba con la puesta de sol.
Para algunas religiones neopaganas, como la Wicca, los sabbats simbolizan también las etapas de la vida del Dios, que nace de la Diosa en Yule, crece hasta la edad adulta, se une a ella en Beltane, reina como "Rey de la Primavera" y luego se debilita y muere en Lammas y vuelve a empezar en un nuevo ciclo de muerte y renacimiento. Los cuatro sabbats se asimilan entonces a las edades del hombre y la mujer: infancia, niñez, madurez y vejez. El calendario de la Rueda del Año fusiona así dos ciclos. El primero es el recorrido del Sol por el cielo, pasando por las "puertas" de los equinoccios y los solsticios, presentándonos el nacimiento, la madurez, la vejez, la muerte del astro y su nuevo renacimiento. El segundo ciclo es el estacional, en el que los acontecimientos de las divinidades vinculadas a los cultos agrarios y pastorales se entrelazan con los temas de la siembra, la floración, la maduración y la cosecha. Menos evidentes en la Rueda son los ciclos lunares, aunque tuvieron gran importancia para los pueblos arcaicos y siguen teniéndola para las mujeres.
La Rueda del Año es, sin embargo, una herramienta para todas y todos, no sólo para los neopaganos. Personalmente, prefiero llamar a los ocho momentos de celebración "festivales" o simplemente "fiestas", sin asociar la nomenclatura a ninguna observancia, respetando la tradición que se ha establecido entretanto, para dar a todas/os la oportunidad de conectar con los ciclos de la Naturaleza y experimentar el tiempo sagrado, que nos llega rítmicamente, en libertad.
Estos pasadizos, este tipo de puertas, están ahí para quienes deseen atravesarlos y, si nos perdemos alguno, sabemos que tenemos la oportunidad de volver a encontrarlos en la siguiente vuelta de la Rueda. Esta oportunidad, esta esperanza, es lo que hace de la Rueda una herramienta de conexión con una misma y con el mundo, un instrumento de conocimiento, una práctica y también una medicina.
De hecho, también es cada vez más utilizada por quienes viven su espiritualidad como un respeto a la Naturaleza y a los ritmos de la Tierra, siguiendo ciclos que, desde una perspectiva evolutiva, en realidad hacen un movimiento en espiral y no sólo circular, de manera que se vuelve, sí, pero nunca es el mismo punto de partida y el final, o más bien el cumplimiento, es un nuevo comienzo, todo lo cual puede asemejarse al gran ciclo que une a todos los seres vivos (incluidos, por tanto, animales y plantas) de nacimiento-crecimiento-muerte-renacimiento. Aquí, el ser humano puede encontrar su propio equilibrio, su propio ritmo, en sintonía con los de la Naturaleza y recuperar el sentido de lo sagrado de cada momento.
La rueda del Año se puede representar gráficamente de diferentes maneras, la más sencilla es dividir un círculo en 8 segmentos o radios, lo que evoca inmediatamente la imagen de la rueda girando. También se puede crear la propia, expresando la propia creatividad mediante la adición de símbolos, referencias, plantas, animales y cualquier otra cosa que haga referencia a la fiesta y al periodo en cuestión.
Las ocho fiestas
Las Fiestas del Fuego o los cuatro Sabbats mayores son así:
Samhain - celebrado alrededor del 31 de octubre - salida helíaca de Antares (Alpha Scorpii)
Imbolc - se celebra alrededor del 1 de febrero - salida helíaca de Capella (Alfa Auriga)
Beltane - se celebra en torno al 1 de mayo - Salida Helíaca de Aldebarán (Alfa Tauro)
Lughnasadh - se celebra en torno al 1 de agosto - salida helíaca de Sirio (Alfa Canis mayor)
Debido a los fenómenos de nutación y precesión, si estas correspondencias fueron exactas en el pasado (Edad de Hierro), ya no lo son en la actualidad. Esto es lo que provoca la discrepancia de algunos días entre los que siguen fechas convencionales fijas y los que siguen fechas astronómicas variables.
En cambio, los cuatro Sabbats menores se calcularon según el ciclo solar y coinciden con los dos solsticios y los dos equinoccios:
Yule - celebrado alrededor del 21 de diciembre - Solsticio de invierno
Ostara - celebrado alrededor del 20 de marzo - Equinoccio de primavera
Litha - se celebra alrededor del 21 de junio - Solsticio de Verano
Mabon - se celebra en torno al 22 de septiembre - Equinoccio de otoño
Las fechas indicadas son válidas para el hemisferio norte, donde se originaron estas fiestas. Quienes deseen celebrarlas en el hemisferio sur respetando las estaciones deben desplazar cada festividad seis meses.
La mayoría de los nombres de las fiestas derivan de festividades celtas y germánicas históricamente establecidas. No ocurre lo mismo con Litha y Mabon, el Solsticio de Verano y el Equinoccio de Otoño, cuyos nombres se introdujeron en Norteamérica por Aidan Kelly en 1970 y luego se extendieron por todo el mundo.
Generalmente, la primera fiesta es Samhain, para los que observan el calendario celta, y la última es Mabon, en el siguiente orden:
Samhain > Yule > Imbolc > Ostara > Beltane >Litha > Lughnnasadh > Mabon.
Algunos, sin embargo, prefieren empezar los nuevos ciclos, las nuevas vueltas de la rueda, a partir de Yule o Imbolc.